jueves, 28 de noviembre de 2013

¿ lealtad, honor ? insuficiente claramente...

Empezaré con las corruptelas del pobre (también llamada picaresca):-Enchufar a parientes y amigos en instituciones públicas, empresas y sindicatos, siempre en un nivel bajo y poco especializado.
-Quedarse con dinero público, por ejemplo, como en Sevilla, para cobrar prejubilaciones falsas de empresas donde no se ha trabajado.
-En Andalucía, donde no hay trabajo, donde los niveles de paro son tan altos como en un país norteafricano o en Sudamérica, los chanchullos, las peonadas falsas, el dinero negro, no hacer contratos a la gente, los sueldos de pena, en sí lo que se llama trabajo informal, está a la orden del día. Es un síntoma de subdesarrollo, no de progreso.

Las corruptelas del rico :-Enchufar a parientes y amigos, sobretodo en empresas, cajas y bancos.
-Hacer regalos a concejales, consejeros, directores de cajas o bancos, o a presidentes de comunidades autónomas, para conseguir contratos exclusivos o situaciones de privilegio en las concesiones públicas.
-Utilizar posiciones de poder político o económico para influir a jueces, fiscales, empresarios, y sacar beneficios judiciales, jurídicos, legales, etc..
-Usar el apellido para obtener ventaja en determinadas situaciones.
(Conclusión: Mi padre me insufló su ética laboral : trabaja mucho y bien, pues el esfuerzo y la dedicación serán recompensados. Mi padre es admirable, pero su ética no ha lugar en estos tiempos, o en ningún tiempo desde el franquismo hasta ahora. Al pobre sólo le queda su ética de trabajador honrado e irreprochable, pues es lo único por lo que será valorado, o la corruptela del pobre, los chanchullos a la manera andaluza (ojo, soy andaluz, sé de lo que hablo), intentar hacer trampa de vez en cuando ante situaciones de subdesarrollo económico o de arbitrariedad de los poderes públicos, o simplemente, ante el clasismo económico de la sociedad.
La corrupción es profundamente insolidaria, egoísta e individualista, pero también señala un síntoma de una sociedad desestructurada, desigual e injusta.
Hay corrupciones toleradas porque no hacen mucho daño al conjunto de la población. Por ejemplo, la del presidente valenciano Camps. Que reciba como regalo un vestuario completo de una empresa de eventos, que a su vez, recibía trato de favor para organizar actos del PP o de la Generalitat Valenciana, etc.., y que a su vez, posiblemente, financiara ilegalmente al Partido Popular, quizá no perjudique demasiado al ciudadano de a pie, perjudica a otras empresas de organización de eventos. Es algo inmoral, y nada ético, queda dentro de los valores de una sociedad que carece de ellos. Por eso, Camps se siente respaldado y legitimado por una mayoría (según él) de los ciudadanos valencianos.
Ellos, los políticos, son un reflejo de la sociedad que les elige. Y llegan tan lejos en sus actos deleznables, como nosotros les dejemos.
No vivimos en una sociedad puritana, aunque sí hipócrita. Si el ciudadano percibe que Camps o cualquier otro, tienen enchufados en empresas públicas a su familia y amigos, y que se está enriqueciendo, viviendo a tutiplén y encima riéndose del ciudadano, al que le va mal, que no tiene trabajo, al que fríen a impuestos, que no llega a fin de mes, entonces su indignación aflorará y pedirá, como se le ha pedido a Ben Ali en Túnez, que se marche y no robe más. En este caso de Camps, queda muy cutre que un político bien pagado acepte trajes de empresarios. La mujer del César debe aparentar que es honrada, no sólo serlo.
Queda también muy cutre que Cháves haya dado subvenciones a la empresa donde trabaja su hija, queda cutrísimo que el anterior presidente de Baleares, Jaume Matas, se lo llevara crudo con el asunto Palma Arena entre otros, o que altos cargos de CIU y del PSC se llevaran comisiones por construcciones de auditorios y demás obras. O sea, que muchos políticos han sido los mayores beneficiarios de la burbuja económica que ellos, junto a los bancos, propiciaron. Y sólo nos enteramos de la punta del iceberg, porque si lo supiésemos todo, veríamos que el sistema entero está corrupto.
A la política no deberían llegar los más ineptos ni los más pelotas y arribistas en las estructuras de los partidos políticos, sino los más capaces y los más independientes económicamente. Gente con una carrera profesional solvente, que no quiera enriquecerse con el dinero público. Servidores públicos. Líderes que sirvan al interés general de todos los estratos de la población, no sólo a su clase social ni a su grupo de poder, lobby, club, casta o como quiera llamarse. Esto no es Latinoamérica. Aquí hay clases medias muy amplias, y hay que conservarlas. Aplicar la socialdemocracia es una obligación, una necesidad ante las funestas consecuencias de la crisis económica. El liberalismo económico sólo beneficia a los más fuertes, a los ricos. Y estos serán cada vez menos, y más ricos, como en EEUU. No podemos permitirlo. Una sociedad sin clases medias no progresa, se estanca. Eso sí, como el sistema económico capitalista es depredador y los recursos son finitos, debemos potenciar un desarrollo responsable. Las clases medias deben tener recursos económicos para consumir, pero no para tenerlo todo, o poseer cosas inútiles con grandes costes ecológicos.
Debe existir un equilibrio entre lo que la industria y el mercado ofrece al ciudadano y lo que la sociedad puede asumir en su conjunto. No se pueden fabricar tantas cosas, ni el ciudadano debe tener siempre la opción de comprar el coche más grande y más caro, por ejemplo, si esto acaba deteriorando la salud y el medio ambiente. Hay que aplicar tasas elevadas al producto de lujo, y desgravar lo básico y popular, premiando fiscalmente a lo que menos daño le haga a la comunidad y al territorio.
Ya que vivimos en una sociedad individualista y egoísta, a la que cambiarle esa mentalidad, será un objetivo educativo que durará decenios, debemos imponer (sí, imponer) normas de conducta positivas para el colectivo y la comunidad. Habrá que explicar bien esas normas a la población, pues en aras de una falsa libertad individual, se alzarán muchas voces contrarias. Necesitamos una autoridad compasiva que medie y hable con los colectivos, y que se mantenga firme ante los ataques de los emporios empresariales. La autoridad política debe dejarles claro quien realmente manda.
La autoridad política debe asumir que la igualdad en la diferencia es el valor a defender, pues ningún hombre es de verdad libre sin justicia social ni igual trato.
Y en España hemos ido demasiado lejos en el libertarismo de los nuevos ricos y sus caprichos, que han acabado perjudicando al resto de la población.
Nadie quiere quitar sus posesiones ni su dinero a todo aquel que se lo haya ganado con su trabajo, particular o de su familia durante siglos, pero quien más tiene, más debe contribuir a la sociedad, devolviéndole a esta (no a sus gobernantes), parte de lo recibido.
Las medidas nacionalizadoras y socialistas de regímenes como el chavista en Venezuela, son entendidos como una cierta reacción a las desigualdades de clase, fomentadas durante siglos en Sudamérica. Su deriva al caudillismo y autoritarismo, son sólo muestra de una inercia que aquellos pueblos deben transformar en sistemas más democráticos. Pero es su lucha.
La nuestra, es que dentro del libre mercado, cabe todo el proteccionismo y pragmatismo que se deba emplear para salvaguardar el interés de la mayoría de la sociedad, empleando la socialdemocracia para ajustar y repartir la riqueza que se producen en las empresas y con la recaudación de impuestos. Hay que asegurar una buena gestión de los recursos, mirando con una amplia visión un futuro sostenible (de verdad, sin retóricas) para las próximas generaciones.

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