miércoles, 17 de agosto de 2011
Carta desde Liben
Alice Gude* | Libe (Etiopía)
¡Saludos desde la región somalí de Etiopía, un lugar muy muy polvoriento! Me hubiese gustado sentarme a escribir esta carta hace ya varias semanas, pero estos últimos tiempos están siendo verdaderamente difíciles para todos. La situación que estamos viviendo comenzó a evidenciarse claramente a partir de marzo, pero ha adquirido unas proporciones que nunca imaginé.
Centro de Médicos Sin Fronteras en la frontera con Etiopía.| Reuters
He sido testigo de cómo el proyecto ha pasado de atender a “tan sólo” 38.000 refugiados en dos campos a más de 104.000 en tres campos y a otros 14.000 en la frontera. De tener 950 niños en nuestro programa nutricional a tener 9.500 y 200 en los centros nutricionale intensivos.
Para para poder responder con eficacia a una situación que es a la vez trágica e insostenible ha sido necesario numeroso personal de apoyo y ahora somos aproximadamente 120 enfermeros y 40 trabajadores internacionales. He completado por fin el reclutamiento de trabajadores comunitarios de salud, y ahora dispongo de tres equipos formados por 150 refugiados. ¡No os podéis imaginar la cantidad de exámenes y entrevistas que fueron necesarias!
'Ángeles meteóricos'
El recinto donde vivimos los trabajadores de MSF sigue siendo muy pequeñito y estamos bastante justitos de espacio, pero se están haciendo enormes avances desde el punto de vista logístico para ampliar los centros existentes.... lo que con suerte afectará también a nuestras instalaciones. Tengo la sensación de que los miembros del equipo de emergencias han sido como ángeles meteóricos. Son duros, rápidos y directos, pero han aportado visión y, sobre todo, recursos. Ha sido una experiencia realmente increíble pasar de sentir que estaba gritando en el vacío, a ver cómo las cosas se movían y se sucedían una tras otra.
Las condiciones de los refugiados son terribles. Se trata de la peor sequía que ha padecido Somalia en muchos años. La gente se está muriendo, han perdido las cosechas de varias temporadas y todo su ganado perece. Acuden desde muchas regiones con unas provisiones de agua y alimento que son verdaderamente mínimas y viajan a pie una media de entre 12 y 16 días para llegar hasta la frontera. En algunos momentos la afluencia de refugiados ha sido tan grande (más de 2.500 personas en una sola jornada) que los encargados de hacer el primer registro no eran capaces de dar abasto para atenderles. Además, el agua escaseaba y se carecía de alimento y refugio suficiente para ofrecerles a todos.
Tras ese primer registro, los refugiados son conducidos a unos centros de tránsito donde las condiciones son también muy precarias. Finalmente, tras varios días de larga espera, son trasladados a los campos definitivos, que todavía no están preparados para acoger a todos los que llegan. Su periplo hasta estar instalados dura en total unas 6 semanas... lo suficiente para destruir hasta a los individuos más resistentes, y mucho más aún a los niños. Muchas familias nos cuentan historias de niños y adultos que han fallecido en algún punto del viaje.
El estado en que se encuentran al llegar es impactante: una acaba acostumbrándose a ver a niños enflaquecidos, pero impresiona cuando tienen la mirada de un anciano, típica del marasmo, o cuando se ponen de pie y tienen los glúteos parecidos a la grupa de un elefante, con pliegues de piel y nada de carne que lo rellene. Se me parte el corazón cuando les veo. Y lo más triste es escuchar la desolación de los refugiados cuando llegan y se dan cuenta de que la respuesta para darles acogida sigue siendo muy lenta.
Es especialmente duro ver cómo muchos niños llegan a nuestro servicio en un estado tan precario que apenas podemos hacer nada. Si estuviésemos en Europa, el 20% de ellos estaría en una UCI conectados a una máquina que intentara devolver la salud a sus desfallecidos cuerpos.
Recuperación milagrosa
Algunos de los niños han muerto, pero otros por los que apenas habría tenido una ápice de esperanza, a veces me sorprenden y se recuperan totalmente... Ver reír y comer sin ayuda a un niño que estaba en los huesos, es maravilloso. Es una sensación muy especial y difícil de explicar la que sientes cuando ves la reacción de algunas madres que pasan de la más completa desolación (que, viendo la entereza con la que llegan a asimilar la derrota, podría confundirse con una muestra de desinterés), a la más absoluta alegría. Es increíble compartir ese momento con ellas y ver el amor que muestran por su niño cuando se dan cuenta de que sobrevivirá.
Hace unos cuatro meses salí por unas semanas del país para renovar el visado. Cuando regresé de nuevo a Etiopía me sentí verdaderamente abrumada - cuando me marché había 2.000 niños en nuestro programa nutricional y yo era la única responsable expatriada-, ya que fui recibida por el equipo de emergencias, que estaba llevando a cabo muchos cambios, para reforzar los equipos.
Fui nombrada Supervisora de Actividades Externas Comunitarias y al principio fue difícil cortar mis vínculos con las enfermeras, pero todo ha evolucionado y mi trabajo se ha convertido en el mejor del proyecto. Los miembros de mi equipo se encuentran entre las personas más fantásticas, entusiastas, interesantes y motivadas con las que he trabajado nunca y es muy bonito poder trabajar tan cerca de los refugiados, hablar con ellos, escuchar sus preocupaciones y ver, con tristeza, las horribles condiciones en que viven.
La mayor parte de la población son mujeres y niños. Cuando las mujeres rechazan ingresar a sus niños en el centro nutricional intensivo, por tener otros hijos de los que nadie podía ocuparse, comprendes verdaderamente su aflicción. Cuando les preguntas por qué comparten su RUTF (el alimento terapéutico preparado y altamente energético para niños desnutridos) y te contestan que tienen cuatro hijos más sin nada que comer, es difícil darles una respuesta sensata.
El equipo de emergencias ha traído también un antropólogo para que trabaje conmigo. Hemos creado una buena estrategia para fortalecer y mejorar nuestro equipo de actividades externas con la creación de numerosos lugares en los campos para facilitar el debate y la promoción de la salud. Y creedme que es maravilloso poder ofrecer estos servicios a los trabajadores comunitarios de salud.
Alice Gude.
También queremos conseguir un burro ambulancia para dar servicio a los campos, algo que sin duda podrá parecer una tontería, pero que en la práctica será enormemente eficaz para llevar hasta nuestras estructuras a niños que caen gravemente enfermos.
Estoy segura de que hay muchas más cosas que podría contaros, pero espero que al menos esta carta os haya dado una idea del mundo en el que vivo en este momento.
A veces me siento hastiada de que el agua sea mínima, de comer espaguetis rojos cada noche y de trabajar siete días a la semana, pero entonces me siento avergonzada cuando recuerdo que es mucho mejor que tener trigo y polvo, y que carecer de agua y vivienda.
Sería absurdo terminar este carta sin pediros que si queréis hacer una aportación económica para ayudar al pueblo somalí, os pongáis en contacto con MSF o con las otras organizaciones que están trabajando aquí. Honestamente, puedo decir que lo que el equipo de MSF está consiguiendo en los campos de refugiados es algo de lo que me sentiré orgullosa siempre.
Gracias por escucharme, y un abrazo muy fuerte para todos.
*Alice Gude es enfermera de Médicos Sin Fronteras en los campos de refugiados somalíes en Liben (Etiopía).
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