El Legado de Doris Lessing
Qué pensaba la Premio Nobel de Literatura que se atrevió a darle voz a las mujeres
En el SOFÁ de Doris Lessing
A través del televisor, ruge la marabunta. El festival hípico de Cheltenham es uno de esos acontecimientos que los aficionados británicos a las carreras de caballos esperan cada año con impaciencia. Nuestra anfitriona sigue emocionada las evoluciones de un corcel llamado Kauto Star, al parecer una especie de Zidane de la raza equina. En un determinado momento, parece salir de su abducción televisiva y pregunta: “¿A ustedes no les gustan los caballos?”. Y, decepcionada pero educadamente, agarra el mando a distancia que se escondía BAJO un montón de periódicos y un abrupto fundido en negro interrumpe el salto del potro en el televisor. “Venga, empecemos la entrevista”. Enérgica y con una dicción propia de una actriz de teatro, la última mujer premio Nobel de literatura, la británica Doris Lessing, 88 años, nos recibe con toda naturalidad, en bata y camisón de dormir, un día melancólicamente lluvioso en su casa de tres pisos de Londres. Tras dejarse hacer unas cuantas fotos, se dirige a un alargado sofá rojo de sky, aparta un poco de él una sábana y una manta y ordena: “Usted póngase aquí, ¡a mi lado!”.
-¿Y esa sábana?
“Estamos sentados en mi cama, joven. AHORA duermo aquí por las noches, tengo la cama de verdad en el piso de arriba pero hay que subir siete tramos de escalera para llegar a ella, y me duele tanto la espalda que me cuesta demasiado…”.
Empezamos hablando de su última novela publicada, “La grieta”, ambientada en la era de las cavernas y en la que narra cómo se encontraron por primera vez los hombres y las mujeres. Lessing explica que “hay científicos que aseguran que el primer ser humano de la Tierra fue una mujer, y que, por tanto, los hombres llegaron después. Sin entrar en si es o no verdad, era algo tan sugerente que, cuanto más pensaba en ello, más posibilidades le encontraba. Así, empecé a especular qué habría sucedido si las mujeres hubieran HABITADO solas la Tierra durante un largo tiempo, en una isla, con muy buen tiempo y con comida a su alcance, e ideé una comunidad primitiva exclusivamente femenina, donde ellas tenían la facultad de reproducirse sin el concurso de los hombres. Y, un día, de repente, nace el primero de ellos. ¿Se imagina? La contemplación de sus genitales debió de resultar, sin duda, un enorme shock para las mujeres, que debieron ver con una mueca de repugnancia aquellos apéndices monstruosos, ignorando sus funciones. Así que, en mi libro, los bebés-monstruo (así los llaman ellas) son llevados por las águilas a otra parte, y viven y crecen alejados de las mujeres –las ‘grietas’- hasta que, un día, un grupo de ellas decide emprender una expedición para llegar hasta ellos, los ‘chorros’”.
El libro se lee como una parábola que aborda temas como las diferentes concepciones del ocio, el trabajo y las responsabilidades entre los sexos, situando al hombre en un estadio más infantil, en un sentido no despectivo, pues el macho humano es visto como una criatura “maravillosa e inquieta”. La violencia de algunas escenas contrasta con el tono suave de CUENTO del conjunto, le decimos, y ella responde: “¿Le puedo contar una cosa sobre eso? Las reseñas dijeron: ‘¡Cuán desagradable resulta la mutilación de los niños pequeños, cuando las mujeres les arrancan el pene!’, e hicieron hincapié en la crueldad femenina, digamos que de algún modo los críticos literarios sintieron la mutilación del pito como propia. Pero lo curioso es que, al principio, cuando los chicos conocen a las chicas, describo una violación colectiva, en la que todo el mundo penetra a la mujer antes de matarla ¡y nadie ha hecho mención de ello! Me pregunto si eso resulta menos violento que la mutilación genital de un hombre”. En cualquier caso, Lessing cree que “hombres y mujeres vivimos en mundos diferentes, no solo en mi libro, sino en la vida real. Somos gente muy distinta. Es un gran error negarlo. Somos dos especies que intentan vivir juntas para no sentirse solas. Así es como lo veo”.
De repente, suena el teléfono. A diferencia de otros premios Nobel que hemos encontrado a lo largo de esta serie, ella no tiene asistentes para las labores de oficina. Siempre descuelga personalmente, como si fuera todavía la misma MADRE SOLTERA que en 1949 llegó a un Londres gris y destruido por los bombardeos de la guerra mundial. Llevaba entonces a su hijo Peter en los brazos, el mismo que ahora, mientras hablamos, espera en la cocina. Ya no viven en pensiones, compartiendo planta con prostitutas, sino en una casa burguesa, muy británica, donde el toque anárquico lo dan los libros, que se amontonan en los rincones más inverosímiles de la vivienda, formando pilas que desafían la LEY DE LA GRAVEDAD, o apareciéndose en un tramo de escalera como si se estuvieran escapando de unas cajas de cartón medio llenas. En el salón donde hablamos, el sol ilumina a ratos el polvo volátil de exóticas alfombras y tapices, superpuestos en azarosos encabalgamientos.
Las peripecias familiares de Lessing pueden seguirse en sus libros autobiográficos, como “En busca de un inglés” (1960), que se reeditará en mayo, con el título de “Made in England”, “Dentro de mí” (1994) o “Un paseo por la sombra” (1997). Sintetizando, tras nacer en Persia de padres británicos y emigrar a los 5 años a Rodesia (actual Zimbabwe), se casó muy joven, tuvo un hijo y una hija, y después se divorció y se casó con Gottfried Lessing, una estrella del Partido Comunista quien, tras darle otro hijo, Peter (a quien todavía cuida a causa de una minusvalía), la dejó por chicas más jóvenes. Lessing se fue sola a Inglaterra, con poco más de 100 libras en el bolsillo y el manuscrito de su primera novela, “Crece la hierba”, abandonando a su anterior familia. Sucesivas experiencias le hicieron desencantarse del amor romántico idealizado, casi a la par que del comunismo. Madre soltera y sin dinero, trabajó de todo: telefonista, niñera, oficinista e incluso hizo de periodista, un trabajo que dejó porque “el director me decía las ideas que tenía que defender en los artículos, y eso es intolerable ¿verdad?”. Su hijo mayor, John, granjero, murió de un infarto en 1992, y su hija Jean vive actualmente en Sudáfrica. Aunque Peter está en la casa mientras hablamos, su madre no quiere que aparezca en el reportaje: “Tengo 88 años y cuido de un hijo enfermo, no es que mi vida sea lo que esperaba pero, desde luego, no hablo de ello”.
Lessing sigue donde ha estado siempre, al lado de los débiles, aunque con la edad haya desarrollado un caparazón de escepticismo en relación a las ideologías. “No me gustan los sistemas cerrados de pensamiento, yo renuevo constantemente mis ideas. Fui comunista hasta 1954 y me inculcaron la idea de clase obrera como una especie de ideal de pureza, un grial, un ideal platónico inalcanzable que yo perseguía yendo a las fábricas a trabajar, a ver si conseguía ser una obrera de verdad. Hasta que me di CUENTA de que lo que existe en realidad es la gente, gente muy diferente, sencillamente, que se las tiene que arreglar con muy poco dinero para llegar a fin de mes. Eso es todo”.
Hace unos meses, visitamos a Doris Lessing en esta misma casa, pocos días antes de que se hiciera público que su estado de salud le impedía recoger el premio Nobel en Estocolmo, el pasado diciembre. Entonces, ya nos habló de sus problemas de espalda. “En realidad –revela AHORA-, tuve problemas serios de corazón. Mi espalda no está bien, pero lo que tengo más grave ahora es el corazón”.
-¿No será por los sobresaltos del Nobel?
-(suspira) No me sorprendería en absoluto que el galardón fuera la causa. Cuando ganas este premio –que, por otro lado, es una alegría muy grande-, tu vida cambia por completo. ¡Bang, bang, bang! Es como si te dispararan cada día al suelo y tuvieras que saltar. ¡Bang, bang, bang! Suena el timbre de la puerta, el teléfono, todo el mundo quiere verte… Y tu cuerpo y tu corazón se resienten. Tengo que sentarme a menudo, no PUEDO subir escaleras…
-Pero, si duerme aquí… ¿dónde escribe?
-¡Tengo el despacho arriba, también! Ahí se ha quedado mi vieja máquina de escribir, esperando que mi espalda mejore y pueda subir a buscarla. Ahora, de hecho, no escribo, solo doy entrevistas y recibo gente. Algún amigo –Pinter, Pamuk- ya me había advertido que el primer año en que recibes el premio no puedes escribir, te lo tienes que pasar atendiendo a la gente. Creía que era una COQUETERÍA de escritor pero ahora veo que es cierto.
Lessing acaba de entregar una nueva novela a su editor, titulada “Alfred y Emily” (los nombres de sus padres), que se publicará en mayo en Gran Bretaña. “Trata sobre cómo sería el mundo si no se hubiera producido la primera guerra mundial. Mis padres fueron víctimas de esa guerra, él perdió su pierna pero lo importante es que la contienda destrozó sus vidas. En la primera parte del libro, planteo lo que hubiera sucedido si esa guerra no hubiera tenido lugar. Por ejemplo, no hubiéramos tenido la revolución rusa ni la Unión Soviética ni el Tercer Reich ni el Holocausto, y tampoco a Hitler o Lenin ni, por supuesto, la segunda guerra mundial”. Pero no se trata de una novela de grandes acontecimientos históricos porque “sobre todo, muestro la vida cotidiana de las gentes, especialmente la de mis padres, que hubieran podido llevar una existencia corriente. Como contraste, la segunda parte del libro es lo que sucedió realmente y le aseguro que los lectores van a llorar, como yo misma lloré cuando la escribía, he pasado un momento terrible con esta obra… Es muy anti-bélica, muestro cómo la guerra aniquila la vida de la gente sencilla. Aparece mi padre, que hubiera sido granjero en Essex, ese era su sueño, y mi madre, muy buena e inteligente, organizando todo tipo de ACTIVIDADES humanitarias”.
-¿Y usted? ¿Qué hubiera sido de usted?
-No aparezco. Nunca nací. Tampoco mi hermano.
Tiene muchos recuerdos de su padre pero, sobre todo, “que estaba loco. Sólo bebía agua que hubiera ESTADO largo tiempo expuesta al sol, tenía que colocar su cama de modo que fluyeran por su cuerpo las corrientes eléctricas que venían de los polos, y sólo podía vivir en una casa con paja en el suelo para no recibir las emanaciones de los minerales de la tierra. ¿Qué le parece?”.
Apasionada de la mística sufí, defiende una visión sincrética de las religiones. “Si leemos, uno tras otro, todos los libros del viejo testamento, los evangelios apócrifos, el nuevo testamento y el Corán, nos daremos CUENTA de que todos tratan de la misma gente, de las mismas historias, como si fueran diferentes relatos de la mitología griega. Es decir, se puede ver el judaísmo, el cristianismo y el Islam como una única religión en diferentes estadios o pasajes. Pero todos ellos están muy celosos el uno del otro, y todos aseguran ser la única religión verdadera. Yo escribí ‘Shikasta’ utilizando los textos de todos esos libros, porque los musulmanes también hablan de Jesús y María. Utilicé todo eso para crear un nuevo mundo yo misma, con planetas, imperios galácticos, el diablo, los dioses…”.
Políticamente, afirma que “palabras como ‘izquierda’ o ‘derecha’ no significan ya demasiado para mí. Contemplo la política como un gran drama, una representación con algunos momentos buenos, como cuando su rey Juan Carlos impuso la democracia en España frente al golpismo de ultraderecha. ¡Maravilloso! Pero, con los horribles Bush y Tony Blair, sólo hemos tenido malos momentos. Con Gordon Brown hemos mejorado, no porque sea brillante, sino porque era imposible estar peor” Vería con buenos ojos que los demócratas se hicieran con la presidencia de EE.UU aunque opina que Barack Obama “no duraría mucho como presidente, tengo varios amigos en EE.UU. que piensan que si gana, lo van a matar. Es algo sorprendente para un europeo, ¿verdad? creer que PUEDEN asesinar a tu presidente, pero muchos americanos están convencidos y eso es inquietante, porque nadie piensa, por ejemplo, que Bush esté en peligro de muerte, a pesar de las barbaridades que ha hecho”.
Lessing CUENTA, sonriente, cómo una vez, en los años 70, un miembro del comité Nobel se le acercó y le dijo, en un tono frío: “Usted no nos gusta, nunca ganará el premio”. “Fue por mis posiciones críticas respecto al movimiento feminista, me dijeron que mi posición era muy escandalosa. Yo vivía una situación muy embarazosa, porque aunque simpatizaba con la causa feminista, nunca pretendí apoyarla al escribir mis libros y, a partir de ‘El cuaderno dorado’ (1962) todo el mundo me tomó como estandarte del feminismo, recibí cientos de cartas de mujeres que se habían convertido en militantes tras leer mi libro. Era frustrante porque ningún crítico se molestaba en opinar si la novela le parecía bien escrita o no, sólo se hablaba de algunas ideas que aparecían en ella, y se hacían interpretaciones extravagantes que todo el mundo daba por buenas. He tenido desacuerdos con las feministas de los años 60, que eran muy dogmáticas. Por ejemplo, no me gusta que repitamos lo que han hecho siempre las mujeres: sentarse en la cocina y quejarse de los hombres: ‘Ha dicho esto’, ‘no ha dicho lo otro’, ‘el otro día se portó como si no tuviera sentimientos’… esa letanía estéril que se ha repetido a lo largo de la historia y que algunas han convertido en su modelo. También difiero de esa idea tan sentimental de que las mujeres son más pacifistas: la señora Thatcher condujo, con eficaz salvajismo, una guerra contra Argentina. Mire, en realidad, el mejor aliado de la libertad de las mujeres ha sido la ciencia, que inventó la píldora anticonceptiva, y máquinas como la lavadora”.
A pesar de que ha narrado como nadie las sutilezas del amor, confiesa que “el amor romántico no es lo mío”. Bromea sobre sus malas experiencias con hombres negros (“¡uno me duró tres minutos!”), y apunta que “contra el mito, los hombres ingleses son los más románticos del mundo, porque los encarcelan en internados de muchachos a los siete años, donde noche tras noche sollozan añorando a su madre. No hay nada como esa privación prematura de la madre para crear seres que se enamoren drástica y repetidamente de personas inasequibles. Sin embargo, cuando por fin ENCUENTRAN PAREJA, son los mejores amantes, los más inteligentes y divertidos”. Lo que le fascina del enamoramiento es “esa razón por la que dos personas pueden sentirse instantáneamente tan atraídas, los científicos aseguran que es genético pero yo soy incapaz de hallar un patrón común a los hombres que he amado”. Lo que sí tiene claro es una cosa: la pasión no disminuye con la edad, y por eso escribió “De nuevo, el amor” (1996), subyugante relato de los encendidos sentimientos de una dramaturga de 60 años hacia dos hombres mucho más jóvenes. En ella, la protagonista “ve cómo la edad se va volviendo una cuestión importante, aunque siente el amor como cuando era joven, y eso es un desastre para ella. Aunque también existen muchas personas que se enamoran de alguien mayor, pero la sociedad no lo comprende”. Ella misma, admite, “al llegar a la mediana edad, me di a la bebida; me sentía abandonada, no deseada, y me bebía cada día media botella de whisky hasta que, una vez, al ir a gatas al lavabo a vomitar, me dije: ‘Doris, tienes que parar’… y paré. Fueron sólo unos cuatro meses de alcoholismo”.
La lluvia arrecia, de repente, tras los vidrios de la desordenada –pero fascinante- casa de Lessing, en la que los papeles y los trastos siguen ahí, amontonados como si un perturbado genio hubiera estado alborotándolos. Los pájaros del jardín han dejado de cantar. La gata blanquinegra deambula por las escaleras. “¡Nos hacemos viejas, Yum Yum!”, clama Lessing, que le puso el NOMBRE por un personaje de la ópera cómica “Mikado”. “¡Esto de la edad es terrible, amigos!”, dice riendo la escritora, en el zaguán de su casa, con una energía contagiosa que parece desmentir el contenido de su frase.
En el SOFÁ de Doris Lessing
A través del televisor, ruge la marabunta. El festival hípico de Cheltenham es uno de esos acontecimientos que los aficionados británicos a las carreras de caballos esperan cada año con impaciencia. Nuestra anfitriona sigue emocionada las evoluciones de un corcel llamado Kauto Star, al parecer una especie de Zidane de la raza equina. En un determinado momento, parece salir de su abducción televisiva y pregunta: “¿A ustedes no les gustan los caballos?”. Y, decepcionada pero educadamente, agarra el mando a distancia que se escondía BAJO un montón de periódicos y un abrupto fundido en negro interrumpe el salto del potro en el televisor. “Venga, empecemos la entrevista”. Enérgica y con una dicción propia de una actriz de teatro, la última mujer premio Nobel de literatura, la británica Doris Lessing, 88 años, nos recibe con toda naturalidad, en bata y camisón de dormir, un día melancólicamente lluvioso en su casa de tres pisos de Londres. Tras dejarse hacer unas cuantas fotos, se dirige a un alargado sofá rojo de sky, aparta un poco de él una sábana y una manta y ordena: “Usted póngase aquí, ¡a mi lado!”.
-¿Y esa sábana?
“Estamos sentados en mi cama, joven. AHORA duermo aquí por las noches, tengo la cama de verdad en el piso de arriba pero hay que subir siete tramos de escalera para llegar a ella, y me duele tanto la espalda que me cuesta demasiado…”.
Empezamos hablando de su última novela publicada, “La grieta”, ambientada en la era de las cavernas y en la que narra cómo se encontraron por primera vez los hombres y las mujeres. Lessing explica que “hay científicos que aseguran que el primer ser humano de la Tierra fue una mujer, y que, por tanto, los hombres llegaron después. Sin entrar en si es o no verdad, era algo tan sugerente que, cuanto más pensaba en ello, más posibilidades le encontraba. Así, empecé a especular qué habría sucedido si las mujeres hubieran HABITADO solas la Tierra durante un largo tiempo, en una isla, con muy buen tiempo y con comida a su alcance, e ideé una comunidad primitiva exclusivamente femenina, donde ellas tenían la facultad de reproducirse sin el concurso de los hombres. Y, un día, de repente, nace el primero de ellos. ¿Se imagina? La contemplación de sus genitales debió de resultar, sin duda, un enorme shock para las mujeres, que debieron ver con una mueca de repugnancia aquellos apéndices monstruosos, ignorando sus funciones. Así que, en mi libro, los bebés-monstruo (así los llaman ellas) son llevados por las águilas a otra parte, y viven y crecen alejados de las mujeres –las ‘grietas’- hasta que, un día, un grupo de ellas decide emprender una expedición para llegar hasta ellos, los ‘chorros’”.
El libro se lee como una parábola que aborda temas como las diferentes concepciones del ocio, el trabajo y las responsabilidades entre los sexos, situando al hombre en un estadio más infantil, en un sentido no despectivo, pues el macho humano es visto como una criatura “maravillosa e inquieta”. La violencia de algunas escenas contrasta con el tono suave de CUENTO del conjunto, le decimos, y ella responde: “¿Le puedo contar una cosa sobre eso? Las reseñas dijeron: ‘¡Cuán desagradable resulta la mutilación de los niños pequeños, cuando las mujeres les arrancan el pene!’, e hicieron hincapié en la crueldad femenina, digamos que de algún modo los críticos literarios sintieron la mutilación del pito como propia. Pero lo curioso es que, al principio, cuando los chicos conocen a las chicas, describo una violación colectiva, en la que todo el mundo penetra a la mujer antes de matarla ¡y nadie ha hecho mención de ello! Me pregunto si eso resulta menos violento que la mutilación genital de un hombre”. En cualquier caso, Lessing cree que “hombres y mujeres vivimos en mundos diferentes, no solo en mi libro, sino en la vida real. Somos gente muy distinta. Es un gran error negarlo. Somos dos especies que intentan vivir juntas para no sentirse solas. Así es como lo veo”.
De repente, suena el teléfono. A diferencia de otros premios Nobel que hemos encontrado a lo largo de esta serie, ella no tiene asistentes para las labores de oficina. Siempre descuelga personalmente, como si fuera todavía la misma MADRE SOLTERA que en 1949 llegó a un Londres gris y destruido por los bombardeos de la guerra mundial. Llevaba entonces a su hijo Peter en los brazos, el mismo que ahora, mientras hablamos, espera en la cocina. Ya no viven en pensiones, compartiendo planta con prostitutas, sino en una casa burguesa, muy británica, donde el toque anárquico lo dan los libros, que se amontonan en los rincones más inverosímiles de la vivienda, formando pilas que desafían la LEY DE LA GRAVEDAD, o apareciéndose en un tramo de escalera como si se estuvieran escapando de unas cajas de cartón medio llenas. En el salón donde hablamos, el sol ilumina a ratos el polvo volátil de exóticas alfombras y tapices, superpuestos en azarosos encabalgamientos.
Las peripecias familiares de Lessing pueden seguirse en sus libros autobiográficos, como “En busca de un inglés” (1960), que se reeditará en mayo, con el título de “Made in England”, “Dentro de mí” (1994) o “Un paseo por la sombra” (1997). Sintetizando, tras nacer en Persia de padres británicos y emigrar a los 5 años a Rodesia (actual Zimbabwe), se casó muy joven, tuvo un hijo y una hija, y después se divorció y se casó con Gottfried Lessing, una estrella del Partido Comunista quien, tras darle otro hijo, Peter (a quien todavía cuida a causa de una minusvalía), la dejó por chicas más jóvenes. Lessing se fue sola a Inglaterra, con poco más de 100 libras en el bolsillo y el manuscrito de su primera novela, “Crece la hierba”, abandonando a su anterior familia. Sucesivas experiencias le hicieron desencantarse del amor romántico idealizado, casi a la par que del comunismo. Madre soltera y sin dinero, trabajó de todo: telefonista, niñera, oficinista e incluso hizo de periodista, un trabajo que dejó porque “el director me decía las ideas que tenía que defender en los artículos, y eso es intolerable ¿verdad?”. Su hijo mayor, John, granjero, murió de un infarto en 1992, y su hija Jean vive actualmente en Sudáfrica. Aunque Peter está en la casa mientras hablamos, su madre no quiere que aparezca en el reportaje: “Tengo 88 años y cuido de un hijo enfermo, no es que mi vida sea lo que esperaba pero, desde luego, no hablo de ello”.
Lessing sigue donde ha estado siempre, al lado de los débiles, aunque con la edad haya desarrollado un caparazón de escepticismo en relación a las ideologías. “No me gustan los sistemas cerrados de pensamiento, yo renuevo constantemente mis ideas. Fui comunista hasta 1954 y me inculcaron la idea de clase obrera como una especie de ideal de pureza, un grial, un ideal platónico inalcanzable que yo perseguía yendo a las fábricas a trabajar, a ver si conseguía ser una obrera de verdad. Hasta que me di CUENTA de que lo que existe en realidad es la gente, gente muy diferente, sencillamente, que se las tiene que arreglar con muy poco dinero para llegar a fin de mes. Eso es todo”.
Hace unos meses, visitamos a Doris Lessing en esta misma casa, pocos días antes de que se hiciera público que su estado de salud le impedía recoger el premio Nobel en Estocolmo, el pasado diciembre. Entonces, ya nos habló de sus problemas de espalda. “En realidad –revela AHORA-, tuve problemas serios de corazón. Mi espalda no está bien, pero lo que tengo más grave ahora es el corazón”.
-¿No será por los sobresaltos del Nobel?
-(suspira) No me sorprendería en absoluto que el galardón fuera la causa. Cuando ganas este premio –que, por otro lado, es una alegría muy grande-, tu vida cambia por completo. ¡Bang, bang, bang! Es como si te dispararan cada día al suelo y tuvieras que saltar. ¡Bang, bang, bang! Suena el timbre de la puerta, el teléfono, todo el mundo quiere verte… Y tu cuerpo y tu corazón se resienten. Tengo que sentarme a menudo, no PUEDO subir escaleras…
-Pero, si duerme aquí… ¿dónde escribe?
-¡Tengo el despacho arriba, también! Ahí se ha quedado mi vieja máquina de escribir, esperando que mi espalda mejore y pueda subir a buscarla. Ahora, de hecho, no escribo, solo doy entrevistas y recibo gente. Algún amigo –Pinter, Pamuk- ya me había advertido que el primer año en que recibes el premio no puedes escribir, te lo tienes que pasar atendiendo a la gente. Creía que era una COQUETERÍA de escritor pero ahora veo que es cierto.
Lessing acaba de entregar una nueva novela a su editor, titulada “Alfred y Emily” (los nombres de sus padres), que se publicará en mayo en Gran Bretaña. “Trata sobre cómo sería el mundo si no se hubiera producido la primera guerra mundial. Mis padres fueron víctimas de esa guerra, él perdió su pierna pero lo importante es que la contienda destrozó sus vidas. En la primera parte del libro, planteo lo que hubiera sucedido si esa guerra no hubiera tenido lugar. Por ejemplo, no hubiéramos tenido la revolución rusa ni la Unión Soviética ni el Tercer Reich ni el Holocausto, y tampoco a Hitler o Lenin ni, por supuesto, la segunda guerra mundial”. Pero no se trata de una novela de grandes acontecimientos históricos porque “sobre todo, muestro la vida cotidiana de las gentes, especialmente la de mis padres, que hubieran podido llevar una existencia corriente. Como contraste, la segunda parte del libro es lo que sucedió realmente y le aseguro que los lectores van a llorar, como yo misma lloré cuando la escribía, he pasado un momento terrible con esta obra… Es muy anti-bélica, muestro cómo la guerra aniquila la vida de la gente sencilla. Aparece mi padre, que hubiera sido granjero en Essex, ese era su sueño, y mi madre, muy buena e inteligente, organizando todo tipo de ACTIVIDADES humanitarias”.
-¿Y usted? ¿Qué hubiera sido de usted?
-No aparezco. Nunca nací. Tampoco mi hermano.
Tiene muchos recuerdos de su padre pero, sobre todo, “que estaba loco. Sólo bebía agua que hubiera ESTADO largo tiempo expuesta al sol, tenía que colocar su cama de modo que fluyeran por su cuerpo las corrientes eléctricas que venían de los polos, y sólo podía vivir en una casa con paja en el suelo para no recibir las emanaciones de los minerales de la tierra. ¿Qué le parece?”.
Apasionada de la mística sufí, defiende una visión sincrética de las religiones. “Si leemos, uno tras otro, todos los libros del viejo testamento, los evangelios apócrifos, el nuevo testamento y el Corán, nos daremos CUENTA de que todos tratan de la misma gente, de las mismas historias, como si fueran diferentes relatos de la mitología griega. Es decir, se puede ver el judaísmo, el cristianismo y el Islam como una única religión en diferentes estadios o pasajes. Pero todos ellos están muy celosos el uno del otro, y todos aseguran ser la única religión verdadera. Yo escribí ‘Shikasta’ utilizando los textos de todos esos libros, porque los musulmanes también hablan de Jesús y María. Utilicé todo eso para crear un nuevo mundo yo misma, con planetas, imperios galácticos, el diablo, los dioses…”.
Políticamente, afirma que “palabras como ‘izquierda’ o ‘derecha’ no significan ya demasiado para mí. Contemplo la política como un gran drama, una representación con algunos momentos buenos, como cuando su rey Juan Carlos impuso la democracia en España frente al golpismo de ultraderecha. ¡Maravilloso! Pero, con los horribles Bush y Tony Blair, sólo hemos tenido malos momentos. Con Gordon Brown hemos mejorado, no porque sea brillante, sino porque era imposible estar peor” Vería con buenos ojos que los demócratas se hicieran con la presidencia de EE.UU aunque opina que Barack Obama “no duraría mucho como presidente, tengo varios amigos en EE.UU. que piensan que si gana, lo van a matar. Es algo sorprendente para un europeo, ¿verdad? creer que PUEDEN asesinar a tu presidente, pero muchos americanos están convencidos y eso es inquietante, porque nadie piensa, por ejemplo, que Bush esté en peligro de muerte, a pesar de las barbaridades que ha hecho”.
Lessing CUENTA, sonriente, cómo una vez, en los años 70, un miembro del comité Nobel se le acercó y le dijo, en un tono frío: “Usted no nos gusta, nunca ganará el premio”. “Fue por mis posiciones críticas respecto al movimiento feminista, me dijeron que mi posición era muy escandalosa. Yo vivía una situación muy embarazosa, porque aunque simpatizaba con la causa feminista, nunca pretendí apoyarla al escribir mis libros y, a partir de ‘El cuaderno dorado’ (1962) todo el mundo me tomó como estandarte del feminismo, recibí cientos de cartas de mujeres que se habían convertido en militantes tras leer mi libro. Era frustrante porque ningún crítico se molestaba en opinar si la novela le parecía bien escrita o no, sólo se hablaba de algunas ideas que aparecían en ella, y se hacían interpretaciones extravagantes que todo el mundo daba por buenas. He tenido desacuerdos con las feministas de los años 60, que eran muy dogmáticas. Por ejemplo, no me gusta que repitamos lo que han hecho siempre las mujeres: sentarse en la cocina y quejarse de los hombres: ‘Ha dicho esto’, ‘no ha dicho lo otro’, ‘el otro día se portó como si no tuviera sentimientos’… esa letanía estéril que se ha repetido a lo largo de la historia y que algunas han convertido en su modelo. También difiero de esa idea tan sentimental de que las mujeres son más pacifistas: la señora Thatcher condujo, con eficaz salvajismo, una guerra contra Argentina. Mire, en realidad, el mejor aliado de la libertad de las mujeres ha sido la ciencia, que inventó la píldora anticonceptiva, y máquinas como la lavadora”.
A pesar de que ha narrado como nadie las sutilezas del amor, confiesa que “el amor romántico no es lo mío”. Bromea sobre sus malas experiencias con hombres negros (“¡uno me duró tres minutos!”), y apunta que “contra el mito, los hombres ingleses son los más románticos del mundo, porque los encarcelan en internados de muchachos a los siete años, donde noche tras noche sollozan añorando a su madre. No hay nada como esa privación prematura de la madre para crear seres que se enamoren drástica y repetidamente de personas inasequibles. Sin embargo, cuando por fin ENCUENTRAN PAREJA, son los mejores amantes, los más inteligentes y divertidos”. Lo que le fascina del enamoramiento es “esa razón por la que dos personas pueden sentirse instantáneamente tan atraídas, los científicos aseguran que es genético pero yo soy incapaz de hallar un patrón común a los hombres que he amado”. Lo que sí tiene claro es una cosa: la pasión no disminuye con la edad, y por eso escribió “De nuevo, el amor” (1996), subyugante relato de los encendidos sentimientos de una dramaturga de 60 años hacia dos hombres mucho más jóvenes. En ella, la protagonista “ve cómo la edad se va volviendo una cuestión importante, aunque siente el amor como cuando era joven, y eso es un desastre para ella. Aunque también existen muchas personas que se enamoran de alguien mayor, pero la sociedad no lo comprende”. Ella misma, admite, “al llegar a la mediana edad, me di a la bebida; me sentía abandonada, no deseada, y me bebía cada día media botella de whisky hasta que, una vez, al ir a gatas al lavabo a vomitar, me dije: ‘Doris, tienes que parar’… y paré. Fueron sólo unos cuatro meses de alcoholismo”.
La lluvia arrecia, de repente, tras los vidrios de la desordenada –pero fascinante- casa de Lessing, en la que los papeles y los trastos siguen ahí, amontonados como si un perturbado genio hubiera estado alborotándolos. Los pájaros del jardín han dejado de cantar. La gata blanquinegra deambula por las escaleras. “¡Nos hacemos viejas, Yum Yum!”, clama Lessing, que le puso el NOMBRE por un personaje de la ópera cómica “Mikado”. “¡Esto de la edad es terrible, amigos!”, dice riendo la escritora, en el zaguán de su casa, con una energía contagiosa que parece desmentir el contenido de su frase.
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