Paul Horn - INSIDE THE GREAT PYRAMID
1. Invocation
2-8. Initiation - Psalm 1-7
9-14. Meditation - Psalm 1-6
15-20. Enlightenment - Psalm 1-6
CD 2
1-8. Fulfillment - Psalm 1-8
9-14. Resurrection -Psalm 1-6
15-20. Eternity - Psalm 1-6
Tras el gran éxito obtenido con Inside the Taj Mahal (1968), el afamado flautista de jazz y pionero de la new age Paul Horn tuvo la afortunada idea de realizar una de sus monumentales grabaciones en la meseta de Giza, en el corazón de la Pirámide de Keops, nada menos que en la cámara real. Inside the Great Pyramid (1976) consiste en una extensa serie de movimientos absolutamente mínimos, en muchos casos más dirigidos a despertar los ecos impresionantes del interior del monumento que a realizar un ejercicio musical completo propiamente dicho.
La verdad es que el autor se ha especializado en una forma de
turismo musical que abarca todo un campo inexplorado en el mundo de los viajes:
con sus álbumes podemos escuchar el monumento, recreando de forma vívida -y
estremecedora- la estancia en su interior, algo que nunca podríamos hacer
mirando una postal o consultando un atlas, y que por su carácter artístico
tampoco puede compararse a un programa documental que incluya los simples ecos
de las pisadas del Howard Carter de turno. Luego, también podemos
considerar lo que tienen estas obras de sacrílego, en el sentido de que no sabe
uno si ese aura misteriosa que impregna los monumentos va a tener a bien el que
su silencio proverbial se vea sacudido por una interpretación musical que de
algún modo obliga al propio edificio a ejercer de "partner" en el dueto. En el
caso de la Gran Pirámide, este proceso místico se ve acompañado, según
los títulos dados por Paul Horn a los temas, por una sutilísima recreación
musical de los rituales egipcios del paso al más allá, o mejor dicho, de la
iniciación del neófito de cara a comprender el increíble mecanismo que convierte
la pirámide en un mecanismo de resurrección e iluminación trascendental.
Paul Horn toca la flauta junto al sarcófago de
piedra de Keops.
La música creada por Horn fluye de forma perfecta en este
ambiente, como si fuese la misma que pudo escuchar Keops en vida, tan simple y
cartente de matices temporales o cargas propias de las modas que bien podría
haber sido obra de los antiguos egipcios. Es como si la gran pirámide de
Giza funcionase como caja de resonancia, y Horn no hace sino establecer
un diálogo con la mole de piedra que le sepulta, y con los ecos que su propia
flauta va convirtiendo en notas adicionales que constituyen la urdimbre de las
melodías. Llega un punto en el que el oyente, si cierra los ojos y se deja
llevar, termina por sentir prácticamente claustrofobia. Una deliciosa
claustrofobia, claro.
Pese a la larga duración del doble álbum, la fascinación
creada desde el primer segundo de escucha hace al oyente disfrutarlo de un
tirón, pasando el tiempo de forma inconsciente en un estado de embeleso total.
Muy muy recomendable, tanto en lo musical como en lo que tiene de experiencia
mística.
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