Cómo proteger a los astronautas de la radiación en misiones interplanetarias
La radiación
en el espacio es quizás el mayor problema de entre todos a los que deberán
enfrentarse los seres humanos que quieran viajar más allá de la Luna. Mientras
que los astronautas situados en la órbita baja se hallan protegidos por el campo
magnético terrestre, los exploradores que se aventuren más allá estarán
sometidos a altas dosis de radiación por culpa de las tormentas solares y los
rayos cósmicos, más conocidos en la literatura técnica por las siglas SPE (Solar
Particle Events) y GCR (Galactic Cosmic Radiation) respectivamente. Los
tripulantes de las misiones Apolo se
salvaron gracias al poco tiempo que permanecieron en el espacio, pero los
primeros hombres en Marte no tendrán tanta suerte.
Blindar una nave espacial contra la
radiación no es nada sencillo. Las tormentas solares (SPE) y los rayos cósmicos
(GCR) están formados en su mayoría por protones -núcleos de hidrógeno- y
partículas alfa -núcleos de helio-, pero mientras las partículas de los SPE son
muy abundantes y relativamente poco energéticos, las de los GCR pueden tener
energías relativistas, aunque su número es mucho menor. Las tormentas solares
son imprevisibles, pero suelen ser más frecuentes alrededor de los máximos de
actividad solar, justo cuando el flujo de GCR es menor. Para complicar las
cosas, una pequeña fracción de los GCR son núcleos atómicos pesados, cuyos
efectos sobre la salud a largo plazo son todo un misterio. Puesto que las
partículas más energéticas son también las menos frecuentes, nos interesa ser
prácticos y por eso el objetivo es reducir la radiación en el rango de 1-4 GeV
por nucleón, que es la más dañina para el ser humano. Por supuesto, todo depende
del riesgo que queramos -o mejor dicho, que los astronautas quieran- correr.
Nadie va a morir fulminado por una tormenta solar en el espacio, pero sí que
puede desarrollar cáncer en cuestión de pocos años a raíz de la misma.
El blindaje pasivo puede ser muy
efectivo para partículas con energías inferiores a 1 GeV/nucleón, pero las
partículas más energéticas generan una cascada de partículas secundarias
-principalmente neutrones- al chocar contra los núcleos del blindaje, en
ocasiones con efectos aún más perniciosos. Doblar el espesor de la pared
metálica de una nave apenas reduce el flujo de partículas más energéticas y está
claro que la solución no pasa por diseñar naves con muros de varios metros de
espesor. Los mejores materiales para frenar las partículas de la radiación
espacial son el agua, el hidrógeno y los plásticos. Es decir, los materiales
menos usados en la construcción de estructuras espaciales. No obstante, incluso
estas sustancias ofrecen poca protección ante los rayos cósmicos más
energéticos.
La única salida a este atolladero parecen ser los métodos activos, o lo que es lo mismo, usar campos magnéticos o electrostáticos para desviar las partículas cargadas de la radiación espacial. El empleo de campos magnéticos parece el más simple e intuitivo. No en vano, se trataría de imitar a pequeña escala lo que hace la Tierra -o mejor dicho, su núcleo-. Además, los campos magnéticos no cambian la energía de la partícula incidente -sólo desvían su trayectoria-, lo que supone una ventaja frente a los campos electrostáticos. El pequeño inconveniente de esta técnica es que los imanes necesarios para generar un campo lo suficientemente intenso para desviar partículas con energías por debajo de 2 GeV/nucleón serían increíblemente masivos y consumirían una potencia eléctrica bestial, a lo que hay que añadir el hecho de que los campos magnéticos muy intensos pueden tener efectos adversos para la salud.
Parece un callejón sin salida... o no, si usamos superconductores. Naves dotadas de electroimanes a base de materiales superconductores de alta temperatura podrían ser la solución a este dilema. El Instituto de Conceptos Innovadores y Avanzados (NIAC) de la NASA ha publicado recientemente un estudio en el que demuestra que un conjunto de seis solenoides superconductores de 15-20 metros de longitud y 4-8 metros de diámetro constituirían la mejor configuración para desviar el mayor número de partículas incidentes con energías por debajo de 2 GeV/nucleón gracias a un campo magnético de unas 4 teslas. El hábitat de la tripulación estaría en el centro de esta configuración hexagonal, rodeado por una bobina adicional que permitiría que el campo en el interior de los compartimentos de la tripulación fuese nulo. La masa de este escudo activo superconductor sería de 50 toneladas, a la que habría que sumar otras 27 toneladas para el hábitat de la tripulación, de 6 x 10 metros. Y eso sin contar con el sistema de propulsión y el combustible. Con el fin de generar estos campos magnéticos se requeriría una potencia eléctrica de 26 kW, proporcionada por un reactor nuclear, RTGs o paneles solares.
En total se requerirían tres
lanzamientos del SLS solamente para montar la nave con su escudo en órbita. Los
solenoides se desplegarían en una órbita elevada o en el espacio profundo para
evitar la radiación infrarroja -el calor, vamos- emitida por la Tierra y
permitir el correcto funcionamiento de los superconductores, que estarían
refrigerados por helio gaseoso. El escudo magnético ofrecería la misma
protección contra tormentas solares que 140 toneladas de una capa de polietileno
de 75 centímetros de espesor, lo que resulta ciertamente sorprendente. Este
sistema permitiría reducir las dosis de radiación a niveles similares o menores
que los encontrados en la órbita baja, pero sin embargo estaría lejos de
asegurar una protección significativa frente a los rayos cósmicos más peligrosos
(entre 2 y 4 GeV).
La otra alternativa de blindaje activo son los campos electrostáticos. Puesto que cuanto mayor sea la superficie de la estructura cargada mayor será su capacidad de desviar partículas (ya que aumenta su capacidad eléctrica), lo ideal es crear estructuras desplegables muy finas y muy extensas que rodeen la nave, un concepto que también ha sido investigado por el NIAC de la NASA. Eligiendo una geometría adecuada para los campos eléctricos se puede lograr una zona de protección alrededor de la nave que evite el que las partículas desviadas terminen chocando con el vehículo. La mejor geometría parece ser la formada por seis polos positivos a 300 millones de voltios (!) situados a 50 metros de la nave y otros seis negativos al mismo voltaje y a 160 metros.
Desgraciadamente, todo esto parece
sencillo en teoría, pero en la práctica resulta mucho más complicado. Los
millones de voltios necesarios para un escudo de este tipo consumen una cantidad
impresionante energía y si la geometría del escudo varía inadvertidamente se
puede crear un flujo letal de partículas cargadas hacia las zonas tripuladas de
la nave. Por todos estos motivos, el blindaje mediante campos electrostáticos
aún está muy verde si lo comparamos con el magnético.
Evidentemente, todavía queda mucho trabajo antes de que los blindajes activos sean una tecnología madura y viable, pero poco a poco se hacen progresos. Y más nos vale que sea así, porque si queremos pisar Marte algún día, más tarde o más temprano deberemos lidiar de forma efectiva con el problema de la radiación.
Una nave
interplanetaria con un blindaje activo mediante campos magnéticos generados por
solenoides superconductores (NIAC/NASA).
Espectro
energético de la radiación en el espacio y su frecuencia
(NASA).
La única salida a este atolladero parecen ser los métodos activos, o lo que es lo mismo, usar campos magnéticos o electrostáticos para desviar las partículas cargadas de la radiación espacial. El empleo de campos magnéticos parece el más simple e intuitivo. No en vano, se trataría de imitar a pequeña escala lo que hace la Tierra -o mejor dicho, su núcleo-. Además, los campos magnéticos no cambian la energía de la partícula incidente -sólo desvían su trayectoria-, lo que supone una ventaja frente a los campos electrostáticos. El pequeño inconveniente de esta técnica es que los imanes necesarios para generar un campo lo suficientemente intenso para desviar partículas con energías por debajo de 2 GeV/nucleón serían increíblemente masivos y consumirían una potencia eléctrica bestial, a lo que hay que añadir el hecho de que los campos magnéticos muy intensos pueden tener efectos adversos para la salud.
Parece un callejón sin salida... o no, si usamos superconductores. Naves dotadas de electroimanes a base de materiales superconductores de alta temperatura podrían ser la solución a este dilema. El Instituto de Conceptos Innovadores y Avanzados (NIAC) de la NASA ha publicado recientemente un estudio en el que demuestra que un conjunto de seis solenoides superconductores de 15-20 metros de longitud y 4-8 metros de diámetro constituirían la mejor configuración para desviar el mayor número de partículas incidentes con energías por debajo de 2 GeV/nucleón gracias a un campo magnético de unas 4 teslas. El hábitat de la tripulación estaría en el centro de esta configuración hexagonal, rodeado por una bobina adicional que permitiría que el campo en el interior de los compartimentos de la tripulación fuese nulo. La masa de este escudo activo superconductor sería de 50 toneladas, a la que habría que sumar otras 27 toneladas para el hábitat de la tripulación, de 6 x 10 metros. Y eso sin contar con el sistema de propulsión y el combustible. Con el fin de generar estos campos magnéticos se requeriría una potencia eléctrica de 26 kW, proporcionada por un reactor nuclear, RTGs o paneles solares.
La nave
interplanetaria con los seis solenoides superconductores
(NIAC/NASA).
La otra alternativa de blindaje activo son los campos electrostáticos. Puesto que cuanto mayor sea la superficie de la estructura cargada mayor será su capacidad de desviar partículas (ya que aumenta su capacidad eléctrica), lo ideal es crear estructuras desplegables muy finas y muy extensas que rodeen la nave, un concepto que también ha sido investigado por el NIAC de la NASA. Eligiendo una geometría adecuada para los campos eléctricos se puede lograr una zona de protección alrededor de la nave que evite el que las partículas desviadas terminen chocando con el vehículo. La mejor geometría parece ser la formada por seis polos positivos a 300 millones de voltios (!) situados a 50 metros de la nave y otros seis negativos al mismo voltaje y a 160 metros.
Geometría
idónea para la desviación de partículas cargadas mediante campos electrostáticos
(NIAC/NASA).
El escudo
electrostático usaría estructuras desplegables para aumentar la superficie del
mismo. Además se podrían desplegar electrostáticamente
(NIAC/NASA).
Evidentemente, todavía queda mucho trabajo antes de que los blindajes activos sean una tecnología madura y viable, pero poco a poco se hacen progresos. Y más nos vale que sea así, porque si queremos pisar Marte algún día, más tarde o más temprano deberemos lidiar de forma efectiva con el problema de la radiación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario